Hacia dónde va la educación




Desde hace más de 20 años que el acto educativo ha evidenciado la necesidad de un cambio de paradigma en Chile. En los 90´s se quiso construir una base a partir de los escombros de la dictadura militar, escombros que siguen allí, determinando el curso del sistema desde sus cimientos, después de arrebatarnos el sentido de pertenencia con nuestras casas de estudio que ya no son tales, ni han podido volver a serlo. De todos modos estaba allí la intención, el deseo de mejorar, el sueño de la inclusión, todas las reformas y las investigaciones apuntaban a esa meta: libertad para todos por igual.

Por algún motivo que escapa de mi conocimiento, este cambio ha sido demasiado paulatino. Casi como si quisiéramos mantenernos en el paradigma de la simplicidad, tal vez desde la mirada del dicho popular: “mejor malo conocido que bueno por conocer”. El papel aguanta muchas ideas y sueños, pero lo que se ve en la realidad está muy lejano de ese ideal. Observamos cómo la educación se ha convertido en un bien de consumo, y que se ha vuelto prácticamente imposible identificarse con las instituciones que se empeñan en ofrecer un servicio, como si la educación se tratara de un proceso unidireccional, como si no hubiera miles de estudios que confirman que el estudiante no debe ser un ente pasivo ante su propio aprendizaje.

Así, el sueño de la igualdad todavía parece lejano, casi 30 años después. La brecha educacional interna persiste, por no mencionar la posición de la educación chilena respecto de la del resto del mundo. Si bien es cierto que resultados recientes ubican al país de primer lugar en lectura y ciencias, y de 2do lugar en matemáticas, en comparación con los otros países latinoamericanos participantes de la prueba PISA (2019). De todos modos todavía no alcanzamos, ni siquiera al promedio OCDE.


Sobre este asunto, Patricio Miller (2018) opina que la brecha educacional externa se mantiene debido a la forma errada en que se intenta cerrar la brecha educacional interna. En su libro Claves para la educación del futuro se explica que las poblaciones con mayores ingresos son las que tienen los niños con mayores puntajes respecto de la educación nacional, y que las estrategias para disminuir la brecha se basan en el cálculo de los recursos que manejan los colegios a los que asisten los niños de familias con mayores ingresos, para intentar igualar estos recursos en las poblaciones pobres. Aquí es donde Patricio Miller (2018) asegura lo siguiente:

Este razonamiento tiene el siguiente supuesto implícito: el nivel educacional de los colegios chilenos de altos ingresos es el óptimo de alcanzar. Este supuesto no es válido por cuanto hemos visto que los mejores estudiantes chilenos ni siquiera alcanzan el nivel que tienen el promedio de los estudiantes de Singapur. (Miller, 2018, pág. 26)

Pero seguimos repitiendo los errores, enfocándonos en los resultados y no en el proceso, hasta que el sistema educativo se convierte en un ciclo infinito de repitencia de los mismos yerros, donde la rueda no se detiene porque nadie se hace cargo, porque el que debió encargarse fue el profesor de la etapa anterior. Continuamos con la culpa regresiva hasta que llegamos a la familia, que tampoco contaba con los recursos económicos y culturales para apoyar a ese niño de forma debida. Al final culpamos a la sociedad, y al final nos culpamos a nosotros mismos, en una absurda hipocresía que no deja de serlo en tanto que nadie se hace cargo, en tanto que nadie cambia.

La literatura está ahí, las estrategias innovadoras abundan, pero las prácticas se mantienen, las rígidas estructuras siguen siendo inamovibles, incluso en un contexto tan extraño y desconocido como lo ha sido la pandemia actual. Clases virtuales que llegan para sumar más variables a una ecuación que nunca se ha resuelto por el empeño de usar la fórmula equivocada. Los profesores, por iniciativa propia han buscado esas estrategias innovadoras que ya existían, se han esforzado por adaptarse lo mejor posible al cambio. Los estudiantes hemos tenido que luchar, casi con uñas y dientes, por aprender en esta situación tan complicada. Muchos han desertado o se plantean desertar, por la falta de recursos como la conexión a internet, un sitio adecuado para estudiar sin distracciones, incluso la explicación oportuna del docente, a la que se podía acceder de forma más personalizada en la presencialidad. Indudablemente esto tendrá consecuencias negativas en nuestro sistema educativo, según un artículo del Centro Latinoamericano de Políticas Económicas y Sociales CLAPES UC (2020) se descubren las siguientes estadísticas:

Desde antes de la pandemia el país experimentaba una crisis de aprendizaje. Según el Banco Mundial, el 37% de los estudiantes es incapaz de leer adecuadamente a los diez años, el 30% de aquellos que terminan la educación básica no alcanzan el mínimo nivel de competencias y el 9% de los niños en edad escolar no están inscritos en una institución educativa. Asimismo, los resultados de PISA 2018, además de ubicar al sistema educativo chileno por debajo de los demás miembros de la OECD, mostraron una brecha entre los estudiantes del primer y último decil de ingresos de 22% en matemática y de 23% en lenguaje. Dado que uno de cada cuatro estudiantes vulnerables no tiene acceso a internet, la educación virtual podría acentuar las brechas existentes. (Redroban, 2020)


En este panorama tan complejo sería absurdo seguir intentando encajar la realidad en el paradigma de la simplicidad. Serán necesarias estrategias de nivelación que no deberían estar enfocadas en los contenidos, sino que tendrían que estar orientadas a potenciar las habilidades en los estudiantes que les permitan ser autónomos en su propio aprendizaje. Es momento de empezar a hacerse cargo, sin importar el pasado o quien debió haberlo evitado antes. Esta es una oportunidad de verdadero cambio, como esas pocas que ha dado la historia, y no podemos desaprovecharla, o aquel ideal se mantendrá tan lejano como siempre. Debe promoverse el trabajo colaborativo interdisciplinar entre el docente, el psicopedagogo y el psicólogo educacional, junto con toda la comunidad educativa. Hay que estimular la adaptabilidad de los estudiantes, preparándolos para la realidad que aceptamos como variada e inconstante. Es imperativo que los estudiantes aprendan a pensar y a aprender, hoy más que nunca.

En definitiva, ya no debemos hablar de “control” sino de “autogestión”. No podemos pensar en un “retorno” sino en el “avance”. El sistema educativo y sus estructuras deben flexibilizarse a los cambios, para no seguir repitiendo las equivocaciones del pasado, y esta vez sí acoger completamente a una diversidad que será mucho más compleja y amplia que nunca, hacia ese norte debería dirigirse la educación a partir de hoy.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Chile alcanza los mejores resultados de Latinoamérica en la prueba Pisa en dos materias (03/12/2019) 24 Horas.cl TVn. Recuperado de: https://www.24horas.cl/nacional/chile-alcanza-los-mejores-resultados-de-latinoamerica-en-la-prueba-pisa-en-dos-materias-3766455

Cornejo, C. O. (2011). El rol del Psicólogo Educacional: La transición desde el paradigma de la simplicidad al paradigma de la complejidad. Pequén, 1(1), 72-82

Meller, Patricio (2018) Claves para la educación del futuro: Creatividad y pensamiento crítico. Santiago de Chile: Catalonia.

Redroban, Shirley (26/06/2020) Educación: Desafíos post pandemia. Centro Latinoamericano de Políticas Económicas y Sociales (CLAPES UC) Recuperado de:  https://clapesuc.cl/columna/educacion-desafios-post-pandemia/

Salas, G., & Inzunza, J. (2013). Antecedentes históricos de la psicología educacional en Chile. C. Cornejo, P. Morales, E. Saavedra & G. Salas. Aproximaciones en psicología educacional, 27-41

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